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Sunday, October 24, 2010

De memoria: la bella durmiente y las putas tristes

Uno vive con la ilusión de que elige sus recuerdos mientras que la memoria se encarga de dictarnos —sin contar con nosotros— lo que salvaremos del moridero del olvido. Ahí tenemos a Keith Richards hoy en The New York Times, diciendo que "no ha olvidado nada" después de pasarse buena parte de las últimas cinco décadas, como Lucy, en cielo con los diamantes. De algún modo tiene razón. Siempre recordamos "todo", porque lo demás no existe. "Todo" es lo que logramos robarle a nuestra amnesia.

Pero habría que saber quién elige ese "todo" por nosotros. Porque hay detalles que pudieran hacer más llevadera la vida y se pierden, mientras que otros recuerdos nos torturan para siempre, como si estuvieran vacunados contra el olvido. Cada recuerdo grato es un  golpe de suerte.

Una de esas victorias diminutas me fue deparada esta semana. Leyendo un artículo que hablaba de un vuelo trasatlántico, recordé una columna de García Márquez, "El avión de la bella durmiente", que había leído hace más de veinticinco años.

Resulta que a principios de los años ochenta el periódico habanero Juventud Rebelde reproducía semanalmente un texto que García Márquez escribía para otros periódicos que sí pagaban. En las mañanas de domingo, me sentaba en el parque del pueblo con un par de amigos a esperar que un señor de tristeza sonámbula abriera el estanquillo y nos vendiera el periódico. Leíamos entonces la columna de García Márquez, la comentábamos, y yo me iba a misa. A la misa seguía el almuerzo ritual y exquisito de los domingos, que mi madre y mi abuela preparaban con más artes que carnes. Al rayar el mediodía podía ya vanagloriarme de haber alimentado el estómago, el corazón y el alma en una sola mañana.

Siempre que la gente critica a García Márquez por sus tiránicas amistades políticas, recuerdo con vergüenza las miles de veces en que le di gracias a Dios porque Gabo no se anduviese con remilgos democráticos. De tenerlos, habría ido a dar a la misma lista que Vargas Llosa, Cabrera Infante, Arenas y todos los otros escritores prohibidos; y a los pobres lectores cubanos nos hubiese tocado una dieta que asustaría a un benedictino en cuaresma: Barnet, Benedetti y Cofiño. [Por otra parte, habría sido un placer aún mayor leer El otoño del patriarca si hubiese estado prohibido en Cuba.]

En fin, los demás artículos dominicales de Juventud Rebelde eran el resultado predecible de esa técnica que consiste en escribir prescindiendo al mismo tiempo de la realidad y de la imaginación. Leer, en medio de aquel cementerio de palabras, una columna de García Márquez, era como encontrar a Scarlett Johansson en medio de un leprosorio. Porque en su prosa una anécdota cualquiera se convertía en un texto glorioso lleno de frases felices y observaciones desoladoras en su lucidez que al resto de los mortales nos llevaría una vida hilvanar.

No es extraño entonces que, muchos años después, ante la pantalla de la computadora, recordara de un golpe el título, el tema y muchas frases de aquella memorable columna garciamarquiana. Es el relato de un viaje que hizo de París a New York sentando junto a una mujer de desalmada belleza que se pasó el vuelo dormida y sin dirigirle la palabra.

Lo que había olvidado, sin embargo, es que en el artículo García Márquez dice que ese viaje en avión le había hecho recordar el relato "La Casa de las Bellas Durmientes", de Yasunari Kawabata, sobre una posada a la que los ancianos van para pasar la noche junto a una jovencita profundamente dormida a la que no les es permitido tocar.

Veinte años después, el relato de Kawabata y, quizás, la hermosa joven dormida en el avión, servirían a García Márquez de punto de partida para su breve novela Memoria de mis putas tristes. Después de leer "La Casa de las Bellas Durmientes", me doy cuenta de que lo que sucede en Las putas tristes por azar caribe, en el relato de Kawabata es producto de una exquisita planificación japonesa. Lo que no acabo de saber es si sería mejor considerar nuestra memoria como una mujer bella e inalcanzable en su silencio o como una pobre puta triste.

3 comments:

  1. Lindo artículo. Y si, tienes razón. Creo como tú, que los libros prohibidos (como todo lo prohibido) son más disfrutables, y de hecho enseñan más. Con GM me pasa eso, como con tantos otros, que la rabia de saberlos come culos de nuestros tiranos, me ha hace distanciarme de su obra. Y no debiera ser así, lo comprendo. Siempre intento concentrarme en el valor artístico, literario, en la calidad de una obra, lo que por si misma en mí inspira, ética y culturalmente. Pero no puedo liberarme de ese prejuicio. Y creo, con fundadas razones.

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  2. Es muy curioso, Tersites. Cómo se hilvanan las cosas de manera fortuita, uno cree, pero al final hay como un emparentamiento.
    Y te cuento por qué.
    Hace pocos días en el taller al que asistía cada semana, el profe nos proponía consignas para escribir alguna cosa y comentó justamente el relato de Kawabata que casi inmediatamente asocié con el relato de García Marquez.
    Y ahora, dí tú, aquí están mencionados e igual de unidos en tu post.
    Buenos días, en Buenos Aires.

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  3. bella e inalcanzable

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